Todo transmite una sensación de aislamiento y
de silencio tan intensa que casi parece que estés durmiendo bien arropado en
las profundidades de la vagina de Mae
West.
Chuck
Palahniuk ha vuelto. Y aunque en esta ocasión se muestra más light y comedido que de costumbre, no
puede evitar caer en sus gráficas frases: La
saliva le sabía a las pollas húmedas de diez mil camioneros solitarios.
Hazie
Coogan trabaja al servicio de la gran estrella cinematográfica Katherine Kenton.
Es una canguro de famosos, en descripción de la novela (¿Existirán de verdad?
Parecen plausibles). De hecho, ella considera (es la narradora) a Katherine
como una creación suya. En un mundo en el que el tiempo se mide en maridos o en
perros, Hazie manipula todo lo concerniente a la actriz.
Pero un amante joven entra en escena. Para Hazie,
es solo una estratagema para vender un libro sobre la estrella porque Todos estos futuros superventas ya están
escritos y solo les hace falta que alguien se muera. Kenton se encuentra
con el libro en el que descubre la muerte que ella va a sufrir muy pronto así
que su obsesión, y la de Hazie, es encontrar los siguientes borradores para
anticipar el asesinato.
En
estos borradores se encuentra el Palahniuk más humorístico porque el lector sonríe
cuando lee fragmentos como El último día
de la vida de Katherine Kenton, golpeé
muy suavemente la proa de mi dolorida canoa del amor contra los pliegues
nudosos de su pasadizo prohibido o Webster,
cariño, los litros de esencia de amor que chorreas en el clímax de la pasión
oral tienen un sabor más embriagador que si me estuviera atacando con el más
delicioso de los chocolates europeos. También incluye alguna buena
reflexión “marca de la casa”: No hay ser
humano que no busque o bien una razón para ser bueno o bien excusas para ser
malo.
El autor usa la terminología de un guion (los
capítulos se presentan como ACTO X, ESCENA Y); la jerga cinematográfica (Hagamos aquí un lento fundido para indicar
un flashback); y cientos de comparaciones con actores o actrices del Hollywood
clásico del que hay que tener un conocimiento enciclopédico para situar todos
los nombres. En esta ocasión, el exceso formal consiste en aplicar la negrita a los nombres propios
simulando una revista e incomodando un poco la lectura. En la novela anterior, Pigmeo, tachaba palabras.
Los intentos
de asesinato se vuelven más y más delirantes. Imitando el libro, se puede
comparar con la torpeza de Peter Sellers en su personaje de Clouseau o en su
película El guateque. Hay algo de
visión lisérgica, la descripción de films ficticios se funde con la realidad; y
algo de Dorian Grey invertido, en un espejo talla las arrugas que luego se hace
quitar.
La
cierta sorpresa en el giro final añade algún punto a una novela que, sin
embargo, no logrará opacar la fama de la primera obra de Palahniuk. Y eso que nadie
habla del club de la lucha.