domingo, 22 de enero de 2012

El corazón del ángel (Angel Heart, 1987)


Mickey Rourke, la cocina cajún, Robert de Niro, el vudú, Lisa Bonet…  No abandonamos la tierra de True Blood y Treme, por ahora.

La elección musical es obvia, un tema de la excelente banda sonora. El Dr. John y su “Zu Zu Mamou”.



 
El detective privado Harry Angel es contratado por el enigmático Louis Cyphre para encontrar a Johnny Favourite, un músico desaparecido. Sus investigaciones le conducen hasta Nueva Orleans mientras todas las personas con las que se entrevista son asesinadas de forma cruenta.

Típica película de opiniones extremas. O la amas o la odias. Su final abracadabrante quizá eche para atrás a más de uno. Y el cierto efectismo de la fotografía, de las secuencias oníricas que salpican la cinta, y de la banda sonora (esos latidos que evocan al corazón delator de Poe, esos gritos extradiegéticos cuando se descubre un cadáver) también.

Pero El corazón del ángel es algo más. Es una película con una atmósfera malsana como pocas. Antes de entrevistarse por primera vez con Cypher, Angel contemplará como una anciana limpia la sangre de la pared de un hombre que se ha suicidado; después un corazón recién arrancado y tendrá diversos encontronazos con gallinas por las que sufre cierta aversión y para las que Estados Unidos no es un país libre.

Además, tiene a Mickey Rourke con un ridículo protector de sol en la nariz (¿De verdad se comercializó eso durante los 50?). Se hace necesaria una foto.


 A de Niro comiendo huevos duros.

Diálogos que serían la envidia de Tarantino:
“—Tocando la batería se parecía a dos liebres jodiendo.”

“—¿Cómo murió?
—Técnicamente… Asfixia por órgano genésico.
—Y, ¿hablando en plata?
—Alguien le cortó la picha, se la metió en la boca y el pobre se ahogó.”

 Y sexo en una habitación con goteras que se vuelven sangre y canciones de Bessie Smith  y John Lee Hooker… Y un ascensor que desciende al infierno.

lunes, 16 de enero de 2012

El tejedor, de James Sallis

Todo el mundo habla de Drive. Y tras la hipérbole de las hipérboles, un par de ejemplos: Boyero la emparenta con El silencio de un hombre y para la Rolling Stone (enero 2012) es el Reservoir Dogs del siglo XXI. 

La película se basa en una novela de James Sallis y lo ha colocado en el mapa, bastante poblado, de la novela negra. Pero es el autor de una biografía sobre Chester Himes, de varios ensayos sobre jazz y de una serie de novelas protagonizadas por el detective de raza negra Lew Griffin (no es difícil encontrar la primera inspiración para su personaje) y situadas en Nueva Orleans, ciudad que el escritor parece amar y que abandonó tras el Katrina.

Harry Connick, Jr. también es oriundo de la capital de Luisiana y la dedicó dos discos tras el huracán, de los que cedió parte de los beneficios para la reconstrucción de la misma. To See You es un álbum anterior mezcla entre el estilo crooner de orquesta y la improvisación de un combo de jazz. Buscaba otro tema pero no lo he encontrado… No todo está en youtube.


El título original The Long-Legged Fly (que recuerda a los giallo) se convierte en El tejedor por un poema homónimo de Yeats con el que abre la novela. Pierde la oportunidad RBA en esta redición, antes había sido publicado por Poliedro, de titular la novela con un insecto porque todas las dedicadas al mismo personaje tienen un invertebrado como protagonista.


La novela está dividida en cuatro partes (una por década) y Griffin se enfrenta a cuatro casos muy parecidos, personas desaparecidas. Una activista negra que se hace pasar por prostituta y acaba en un manicomio. Una adolescente atrapada por la mafia de la pornografía. La hermana pequeña de un conocido, envuelta en temas de drogas. Y el propio hijo de Griffin, que acaba la novela en paradero desconocido.


Esta puede ser una de las críticas de la obra, la excesiva similitud de las historias. Por otro lado, pudiera ser una intención del autor: “Las cosas no van a mejorar nunca, Don. Como mucho solo van a cambiar”, para volver a quedarse como estaban, se podría añadir. Un fragmento un poco más largo: “A fin de cuentas, supongo, no era tan diferente de la forma en que todos creamos nuestras vidas con retazos, un trozo de un libro por aquí, el título o el texto de una canción por allá, reminiscencias de personas que hemos conocido, fragmentos de películas; imaginándonos a nosotros mismos y viviendo según esa imagen, y luego pasando a otra y luego a otra, improvisando y avanzando día tras día a través de los años que llamamos vida”.


Pesimismo intrínseco al género como también alguna de las adjetivaciones y comparaciones de Sallis: “Su voz era un susurro enfisematoso”; “La parrafada era confusa, como debió serlo el mundo en el momento de su creación”; “Tomé un trago que me bajó por la garganta como un cepillo de púas”. Contiene también cierta crítica social referida a la situación e idiosincrasia de los afroamericanos; y a la jerarquía laboral, expresada con cierta agudeza: “Negros y cansados (¿una tautología)”; “Y mis hermanos, los negros, se me antojó eran auténticos hobbesianos”; “pero los gerentes, esa nueva y enorme clase que no para de crecer, deben tener algo que hacer”.


El regusto final es peor que el de Drive. Esta última es más seca, más in your  face y El tejedor resulta un tanto clásica, entiéndase aquí como algo negativo. Se podría comparar con las diferencias entre Extraños en un tren y El talento de Mr. Ripley de Highsmith. Con menos elementos, menos prosa cuenta lo mismo.