Mickey Rourke, la cocina cajún, Robert de Niro, el vudú, Lisa
Bonet… No abandonamos la tierra de True Blood y Treme, por ahora.
La elección musical es obvia, un tema de la excelente banda
sonora. El Dr. John y su “Zu Zu Mamou”.
El
detective privado Harry Angel es contratado por el enigmático Louis Cyphre para encontrar a Johnny Favourite, un músico desaparecido. Sus
investigaciones le conducen hasta Nueva Orleans mientras todas las personas con
las que se entrevista son asesinadas de forma cruenta.
Típica
película de opiniones extremas. O la amas o la odias. Su final abracadabrante quizá eche
para atrás a más de uno. Y el cierto efectismo de la fotografía, de las secuencias
oníricas que salpican la cinta, y de la banda sonora (esos latidos que evocan al corazón delator de Poe, esos gritos
extradiegéticos cuando se descubre un cadáver) también.
Pero
El corazón del ángel es algo más. Es
una película con una atmósfera malsana como pocas. Antes de
entrevistarse por primera vez con Cypher, Angel contemplará como una anciana
limpia la sangre de la pared de un hombre que se ha suicidado; después un
corazón recién arrancado y tendrá diversos encontronazos con gallinas por las que sufre cierta aversión y para las
que Estados Unidos no es un país libre.
Además, tiene a Mickey
Rourke con un ridículo protector
de sol en la nariz (¿De verdad se comercializó eso durante los 50?). Se hace
necesaria una foto.
A
de Niro comiendo huevos duros.
Diálogos que serían la envidia de Tarantino:
“—Tocando la batería se parecía a dos liebres jodiendo.”
“—¿Cómo murió?
—Técnicamente… Asfixia por órgano genésico.
—Y, ¿hablando en plata?
—Alguien le cortó la picha, se la metió en la boca y el
pobre se ahogó.”
Y sexo en una habitación con goteras que se vuelven
sangre y canciones de Bessie Smith y John
Lee Hooker… Y un ascensor que desciende al infierno.