jueves, 12 de marzo de 2015

Las apps de William Castle (I)



Leo sobre la existencia de una película de terror holandesa titulada App, una más dentro del horror teen, sub-género este que se resiste a morir, como sus malvados psicópatas asesinos que siempre regresan para un último susto e intento de acabar con el sufrido, generalmente sufrida, protagonista en una especie de ejercicio de metalingüismo (no será la última vez que se use meta-algo en el texto de forma gratuita para darlo un empaque de profundidad barata).

Parece ser que la trama gira en torno a una chica que se descarga una aplicación en su móvil y comienzan a sucederse extrañas muertes a su alrededor.



La razón principal de que haya puesto a mil monos a teclear en máquinas de escribir no es su argumento sino el hecho de que desarrollaron una app para los espectadores. Una vez instalada y abierta, la película se comunica con el smartphone de turno a través del micrófono y se reciben mensajes e imágenes inquietantes relacionadas con la trama incluso después de haber finalizado la proyección y estar fuera del cine, hasta que se desactive o se desinstale la aplicación.

El asunto me ha recordado al maestro de los gimmicks en las salas cinematográficas, el señor William Castle, que, entre finales de los 50 y comienzos de los 60, ideó delirantes ardides publicitarios para llevar al público a ver sus películas.
 
Soy William Castle, el protagonista de la entrada que está leyendo

Fascinado de adolescente por la versión teatral de Drácula, tuvo la oportunidad de conocer al mismísimo Bela Lugosi y trabajó para la compañía teatral durante el tour. Al tiempo se hizo cargo de un teatro, un puesto que dejaba un tal Orson Welles para rodar su primera película. Contrató a una intérprete alemana, Ellen Schwanneke que fue requerida por los gerifaltes nazis de la época para una actuación en Munich. Telegrafió al mismísimo Führer, y a su ministro de propaganda, Goebbels denegando la invitación (bueno, eso cuenta él) y promocionó a su estrella como "La chica que dijo no a Hitler". Aún no estaba contento y una noche realizó pintadas en el teatro entre las que se incluían esvásticas. La obra fue un éxito aunque fue escrita en dos días.

Hitler y Goebbels, siempre dispuestos a una buena "promo"


Pocos escrúpulos y sensacionalismo, ideaca promocional que condujo sus pasos hacia Hollywood. Con veinte y pocos aprendió el oficio del cine. Y aprender el oficio se refiere a comprobar los diálogos de Serenata nostálgica, un niñato como él llegó a cortar una secuencia a George Stevens; o dirigir la segunda unidad de La dama de Shanghai, nueva aparición de Orson Welles. El oficio dio paso a la dirección y durante una década, realizó películas de los géneros más diversos, siempre dentro de las pantanosas aguas de la serie B. 

En 1955, William Castle quedó sorprendido al ver la cola de espectadores en un cine donde estrenaban Las diabólicas de Henri-Georges Clouzot. El público quiere asustarse, pensó, y él les ofrecería la película más terrorífica de todas, Macabre.
Tan terrorífica, supuestamente, era que con la entrada firmarías un seguro de vida durante la hora y cuarto que duraba la película, ¡una compañía londinense, Lloyd's, aceptó esas pólizas! Si morías de miedo durante la proyección, un beneficiario de tu elección recibiría 1000 dólares.


Llegó a aparcar coches fúnebres en las puertas de los cines de algunas ciudades durante los estrenos y contrató enfermeras reales para los halls, todo preparado para el caso de que alguien falleciera durante la película. Nadie murió y Castle, que produjo Macabre con cien "de los grandes", hizo dos millones de dólares.

Pero el show acababa de empezar y este post comienza a terminar. En la próxima entrega... ¡Esqueletos que salen de la pantalla! ¡Butacas que vibran! ¡Gafas para ver, o no, fantasmas! Los inigualables Emergo, Percepto e Illusion-O, las apps de William Castle.