domingo, 24 de junio de 2012

El rey pálido, de David Foster Wallace (parte 1)


Decíamos ayer que El rey pálido de David Foster Wallace era la novela favorita para llevarse el Pulitzer de literatura de este año que finalmente quedó desierto. También decíamos que este no-premio pudo deberse a lo extraño de la concepción de la novela. Es el momento de sumergirnos en la obra póstuma del autor norteamericano.

Pero comencemos hablando de otro libro del escritor. Titulado Hablemos de langostas, contiene una selección de artículos que va desde el festival de la langosta de Maine hasta los premios de la industria estadounidense del porno. Nos detenemos en el capítulo “Ciertamente el final de alguna cosa, o por lo menos eso es lo que a uno le da por pensar” donde el autor hace una disección (casi una vivisección) de la novela de John Updike Hacia el final del tiempo, llegando incluso a contar las páginas dedicadas a cada tema.

Esa es la idea así que esta no será la última entrada dedicada a El rey pálido aunque ya sabemos que El tercer lunes se caracteriza por lanzar promesas y no cumplirlas. Los que sí acaban aquí son los plurales mayestáticos. 


Es innegable que la obra no tuvo una génesis habitual. Consecuentemente,  comienza con una explicación del editor sobre parte de esta creación, el material con el que tuvo que trabajar: partes revisadas, borradores, líneas argumentales abandonadas, ideas para tramas e instrucciones del autor para sí mismo. Además, antes de publicarse la novela aparecieron algunos capítulos como relatos en revistas.

El editor considera que no se trata de una obra terminada. Se puede especular, sin mucho riesgo, que el libro hubiera sido mucho más extenso, si se toma como referencia el anterior, La broma infinita. Aún así, El rey pálido es una novela basta y compleja y aunque no se parezca ni en estilo ni en contenido, recuerda en parte a Rayuela. La acción se sitúa en el Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria de Peoria, Illinois. A partir de aquí, cierta ceremonia del caos, mezcla de conversaciones, que analizan la relación entre el individuo y el estado, o descripciones, como la de la burocracia gubernamental (el único parásito conocido que es más grande que el organismo del que se alimenta), con historias como la del chico que tenía dificultades por su sudoración excesiva.

Foster Wallace posee una mente inquieta que se fija y se detiene en todo, que describe a los personajes a través de sus declaraciones de renta y que coloca el prólogo en el capítulo 9 (¿o fue el editor?) en el que rompe la cuarta pared, interpelando al lector y cuyas notas al pie forman parte del libro.

Sin diálogos, un capítulo describe el pensamiento desordenado del personaje durante un viaje en avión y aunque personalmente no soy capaz de mantener la concentración, creo que la idea funciona: El padre de Sylvanshine, siempre que le pasaba algo profesionalmente malo –y le pasaba muy a menudo–, tenía la costumbre de decir: “¡Ay de Sylvanshine!”. Hay una técnica antiestrés que se llama Detención del Pensamiento. El índice de excedente de valor presente es la proporción entre el valor presente de los flujos de liquidez  futuros y la inversión inicial.

Una última consideración unida a un par de preguntas. ¿Foster Wallace pretendía provocar el tedio en el lector (único género imperdonable para Voltaire)? A veces lo importante es tedioso, dice un personaje. El autor lo escenifica imitando la información económica, dando datos y más datos sobre declaraciones, deducciones, imposiciones… El concepto funciona, ahora bien, ¿tenía conciencia de que ese aburrimiento podría hacer abandonar el libro?