Decíamos
ayer que El rey pálido de David Foster Wallace
era la novela favorita para llevarse el Pulitzer de literatura de este año que
finalmente quedó desierto. También decíamos que este no-premio pudo deberse a
lo extraño de la concepción de la novela. Es el momento de sumergirnos en la
obra póstuma del autor norteamericano.
Pero
comencemos hablando de otro libro del escritor. Titulado Hablemos de langostas, contiene una selección de artículos que va
desde el festival de la langosta de Maine hasta los premios de la industria
estadounidense del porno. Nos detenemos en el capítulo “Ciertamente el final de
alguna cosa, o por lo menos
eso es lo que a uno le da por pensar” donde el autor hace una disección (casi una vivisección) de la novela
de John Updike Hacia el final del tiempo,
llegando incluso a contar las páginas dedicadas a cada tema.
Esa es
la idea así que esta no será la última entrada dedicada a El rey pálido aunque ya sabemos que El tercer lunes se caracteriza
por lanzar promesas y no cumplirlas. Los que sí acaban aquí son los plurales
mayestáticos.
Es
innegable que la obra no tuvo una génesis habitual. Consecuentemente, comienza con una explicación del editor sobre
parte de esta creación, el material con el que tuvo que trabajar: partes
revisadas, borradores, líneas argumentales abandonadas, ideas para tramas e
instrucciones del autor para sí mismo. Además, antes de publicarse la novela
aparecieron algunos capítulos como relatos en revistas.
El
editor considera que no se trata de una obra terminada. Se puede especular, sin
mucho riesgo, que el libro hubiera sido mucho más extenso, si se toma como
referencia el anterior, La broma infinita.
Aún así, El rey pálido es una novela
basta y compleja y aunque no se parezca ni en estilo ni en contenido, recuerda
en parte a Rayuela. La acción se
sitúa en el Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria de Peoria, Illinois.
A partir de aquí, cierta ceremonia del caos, mezcla de conversaciones, que
analizan la relación entre el individuo y el estado, o descripciones, como la
de la burocracia gubernamental (el único
parásito conocido que es más grande que
el organismo del que se alimenta), con historias como la del chico que
tenía dificultades por su sudoración excesiva.
Foster
Wallace posee una mente inquieta que se fija y se detiene en todo, que describe
a los personajes a través de sus declaraciones de renta y que coloca el prólogo
en el capítulo 9 (¿o fue el editor?) en el que rompe la cuarta pared, interpelando
al lector y cuyas notas al pie forman parte del libro.
Sin diálogos, un capítulo describe el pensamiento desordenado del personaje durante un viaje en avión y aunque personalmente no soy capaz de mantener la concentración, creo que la idea funciona: El padre de Sylvanshine, siempre que le pasaba algo profesionalmente malo –y le pasaba muy a menudo–, tenía la costumbre de decir: “¡Ay de Sylvanshine!”. Hay una técnica antiestrés que se llama Detención del Pensamiento. El índice de excedente de valor presente es la proporción entre el valor presente de los flujos de liquidez futuros y la inversión inicial.
Una
última consideración unida a un par de preguntas. ¿Foster Wallace pretendía
provocar el tedio en el lector (único género imperdonable para Voltaire)? A veces lo importante es tedioso, dice
un personaje. El autor lo escenifica imitando la información económica, dando
datos y más datos sobre declaraciones, deducciones, imposiciones… El concepto
funciona, ahora bien, ¿tenía conciencia de que ese aburrimiento podría hacer
abandonar el libro?