Los articulistas le llaman el genio de la
autoconsciencia (me encanta el término, pienso en el relato “Una persona
deprimida”) o maximalista (¿”excesivo” es una palabra negativa?) mientras las palabras “virtuosismo y brillantez”
tienen tendencia a revolcarse en sus notas publicitarias y sus fans encuentran en su método regresivo un mundo saturado por la información
perfectamente capturado, mientras que sus detractores reivindican una supuesta
imprudencia en su trazado y lo culpan de locuacidad. Aún así su verbosidad es
parte integrante de una poderosa cosmosvisión: las nuevas realidades de la
hiperpublicidad mediática y la sobrecarga de información no han hecho a la
gente lo que se dice más feliz.
Wallace describe la ficción como antídoto
contra la soledad que te permite intimar con el mundo; y con mentes y
personajes con lo que no es posible hacerlo en el mundo real. Tremendamente
erudito, repasa gran parte de la literatura universal. Sus preferencias
incluyen a DeLillo, Bellow y el Updike
temprano; escritores latinos como Cortázar y Manuel Puig; Mark Leyner, William
T. Vollman, Jon Franzen, Susan Daitch, Amy Homes… Seguimos (léanlo sin
respirar), la oración fúnebre de
Sócrates, la poesía de John Donne, la poesía de Richard Crashaw, de cuando en
cuando Shakespeare, aunque no muy a menudo, las cosas breves de Keats, Schopenhauer,
las Meditaciones metafísicas y el
Discurso del método de Descartes, los
Prolegómenos a toda la metafísica futura de
Kant, aunque las traducciones son todas espantosas, Las variedades de la
experiencia religiosa de William James,
el Tractatus de Wittgenstein, el Retrato
de un artista adolescente de Joyce, Hemingway –en particular la cuestión
italiana de En nuestro tiempo, donde
sencillamente dices ¡uf! –, Flannery O’Connor, Cormac McCarthy, Don DeLillo, A.
S. Byatt, Cynthia Ozick –sus relatos, especialmente uno titulado “Levitación” –,
alrededor del 25 por ciento de Pynchon, Donald Barthelme, en especial un relato
titulado “El globo”, que es el relato que provocó que quisiera ser escritor,
Tobias Wolff, lo mejor de Raymond Carver –sus cosas más famosas–, Steinbeck
cuando no está dándole al tambor, el 35 por ciento de Stephen Crane, Moby
Dick, El gran Gatsby. Y, Dios mío, poesía
también. Probablemente Phillip Larkin más que cualquier otro, Louise Glück,
Auden.
Está claro que Wallace se tomaba las
respuestas en serio y que era extremadamente crítico y autocrítico (se
estremece ante la insinuación de que su libro es descuidado en algún aspecto) y
prefiere sus diálogos a sus descripciones. Resulta curioso cuando parte de la
crítica ha alabado lo contrario acusando a sus diálogos de dogmáticos y poco
realistas.
En cuanto a la relación entre el público y la
literatura no quiere caer en reducciones simplistas, en “fiestas de lástima” en
sus palabras: El público es estúpido (…)
somos unos marginados por culpa de la televisión. Wallace no desprecia la televisión:
no estoy de acuerdo con los reaccionarios
que consideran la televisión como una especie de cáncer infligido sobre un
pueblo inocente, que consume intelectos y compromete calificaciones de exámenes
de selectividad, admite que utiliza una
razonable cantidad de material pop en su ficción y muestra un gran respeto
por los editores: tengo un editor que ha
hecho que las últimas cuatro cosas en las que ha trabajado conmigo sean mejores.
Este es un libro que sé que voy a volver a
leer y ese es el mejor piropo que se me ocurre aunque como frase final de este
par de entradas me parece regulera.